lunes, 29 de abril de 2013

Comer tomates reduce el riesgo de derrame cerebral



Las personas que consumen más tomates tienen menos riesgo de sufrir un derrame cerebral por coágulos de sangre, según revela un estudio publicado en la revista Neurology. Estas hortalizas se asocian con un mayor nivel de licopeno, un potente antioxidante, en la sangre de sus consumidores.

Los investigadores, de la Universidad Oriental de Finlandia, cuantificaron el nivel de licopeno en sangre de más de mil hombres de entre 46 y 65 años. Además, realizaron un seguimiento de la salud de los participantes durante los siguientes doce años. Los resultados mostraron que las personas con mayores niveles de licopeno tenían casi el 60 por ciento menos de posibilidades de sufrir un derrame cerebral que los que tenían niveles más bajos.

"Este estudio se suma a todas las evidencias de que una dieta rica en frutas y verduras previene las enfermedades cardiovasculares", afirma Jouni Karppi, uno de los autores. "Los resultados apoyan la recomendación de consumir más de cinco porciones de fruta y verdura diarias". El licopeno, presente especialmente en el tomate y la sandía, se ha asociado también con un menor riesgo de padecer cáncer de pulmón y de próstata, y con un retraso en el envejecimiento celular.

miércoles, 24 de abril de 2013

Las neuronas se sincronizan para aprender mientras dormimos



Mientras estamos dormidos, nuestro cerebro aprovecha para asimilar toda la información recibida durante el día. Aunque esto es algo que se sabe desde hace tiempo, los científicos comienzan ahora a comprender cómo ocurre todo esto en nuestro cerebro. Un equipo de investigadores del hospital Clínico de Barcelona ha estudiado la sincronía entre las neuronas durante el sueño, un proceso que es básico para consolidar la memoria, y presenta sus resultados en el congreso de la Federación Europea de Sociedades Neurocientíficas (FENS), que se celebra estos días en Barcelona.

Durante el sueño la actividad cerebral no se detiene, y en la fase de sueño profundo se producen las llamadas `ondas cerebrales lentas´. Los últimos estudios han demostrado que la red de neuronas que emiten estas ondas interacciona con la actividad de centros cerebrales situados en partes más internas del encéfalo. Estas conexiones se activan y se desactivan a lo largo de la noche generando unos patrones rítmicos que alternan periodos de actividad con periodos de silencio. Al parecer, esta sincronía es fundamental para procesos relacionados con la memoria y el aprendizaje.

"Al igual que por la música creada por una orquesta podemos intuir la calidad de los músicos, su grado de coordinación o su conocimiento de la partitura, la actividad generada por el cerebro nos dice mucho de la estructura funcional de la red subyacente" ha explicado María Sánchez Vives, responsable de la investigación.

martes, 23 de abril de 2013

¿Cómo actuar frente a un ataque epiléptico?



Estos ataques están causados por una actividad eléctrica desordenada en el cerebro. La crisis comienza con una sensación de extrañeza seguida por el agarrotamiento de los músculos del afectado. Tras ello, éste pierde la conciencia y cae al suelo, donde agita sus extremidades y puede llegar a morderse la lengua. No se puede detener un ataque, pero sí impedir que el paciente se lesione. Así, hay que dejar que se mueva durante las convulsiones, retirar los objetos con los que puede golpearse y, si es posible, introducir entre los dientes algo que evite que se muerda la lengua. Al remitir la crisis se debe facilitar la respiración al afectado.

lunes, 22 de abril de 2013

¿Conversar nos hace más inteligentes?



La conversación con otras personas en términos amistosos puede mejorar el funcionamiento del cerebro y nuestra capacidad para resolver problemas, según un nuevo estudio de la Universidad de Michigan (EE UU) publicado en la revista Social Psychological and Personality Science. Sin embargo, si el tono de las conversaciones es competitivo no tienen beneficios cognitivos.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores examinaron el impacto de episodios breves de contacto social en un componente clave de la actividad cerebral, la función ejecutiva, el proceso por el cual podemos planificar, anticiparnos y desarrollar estrategias, juicios y razonamientos. Esta función cognitiva engloba la memoria de trabajo, el autocontrol, la capacidad para prestar atención y suprimir distracciones, y la resolución de problemas complejos. Los estudios revelaron que la participación en conversaciones breves, de unos diez minutos, en las que los participantes eran invitados a conocer a otra persona, estimulaban estos procesos. Pero cuando los sujetos conversaron con un tono competitivo, sus resultados al desempeñar tareas cognitivas no mejoraron.

"Creemos que esto ocurre porque en ciertas interacciones sociales las personas tratan de leer los pensamientos de las otras y comprender sus perspectivas sobre los problemas o las situaciones", indicó el psicólogo Oscar Ybarra, responsable del estudio, que asegura que su trabajo demuestra que existe una fuerte "conexión entre la inteligencia social y la inteligencia general". En investigaciones previas, Ybarra ya había detectado que la interacción social produce un estímulo a corto plazo a la función ejecutiva que es comparable al de ciertos juegos mentales como la resolución de crucigramas.

De la nueva investigación se pueden extraer algunos consejos prácticos para ciertos tipos de tareas intelectuales. Por ejemplo, una conversación amistosa con un colega antes de una presentación o un examen importante puede ser una buena estrategia para obtener mejores resultados. Pero también hay que tener en cuenta que, en un contexto competitivo, sin advertirlo, una simple charla puede "socavar nuestra flexibilidad cognitiva y nuestro enfoque", según Ybarra.

viernes, 19 de abril de 2013

Crean el primer mapa de la inteligencia emocional




Un estudio llevado a cabo con 152 veteranos de guerra de Vietnam que sufrieron daños cerebrales ha permitido crear el primer mapa de la inteligencia emocional, es decir, de la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los otros.

El estudio revela que la inteligencia general - o "universal"- y la emocional están bastante solapadas, tanto en el cerebro como en el comportamiento en la vida cotidiana. Así, las puntuaciones más altas en pruebas de inteligencia general se corresponderían con muestras de estar dotado de inteligencia emocional.

Para cartografiar todo esto en el cerebro, el neurocientifico estadounidense Aron K. Barbey y sus colegas usaron escáneres de tomografía computerizada para obtener un mapa en tres dimensiones de la corteza cerebral, que seguidamente dividieron en vóxeles -unidades de volumen-. Asociando las habilidades cognitivas que estaban dañadas en los pacientes a determinados grupos de vóxeles, los investigadores lograron identificar qué áreas del cerebro juegan un papel clave en aspectos de la inteligencia llamada "general", de la inteligencia emocional o ambos. Los resultados, dados a conocer en la revista Social Cognitive & Affective Neuroscience, muestran que la corteza frontal y la corteza parietal son fundamentales en los dos tipos. La primera se ocupa de regular el comportamiento, la atención, la planificación y participa en la memoria; la corteza parietal, por su parte, integra información de los sentidos y ayuda a procesar el lenguaje y a coordinar los movimientos del cuerpo.

"Históricamente la inteligencia general ha sido considerada aislada de la inteligencia social y emocional; pero ahora tenemos la demostración que la inteligencia humana también depende de cómo interactuamos con otras personas"; sugiere Barbey, haciendo referencia a que ambos tipos son interdependientes a nivel cerebral en una mente sana. "Somos seres sociales, y además de las habilidades cognitivas necesitamos aplicar habilidades a situaciones sociales para poder entender a los demás y movernos en la sociedad en la que vivimos", puntualiza el investigador.

martes, 16 de abril de 2013

Dejar vagar la mente nos hace infelices



Las personas pasamos en torno al 46,9% de nuestras horas de vigilia pensando en cosas distintas a las que estamos haciendo, y ese "soñar despierto" normalmente nos hace infelices, según revela un estudio realizado por la Universidad de Harvard y publicado en la revista Science.

A diferencia de otros animales, los seres humanos dedicamos mucho tiempo a pensar en eventos que tuvieron lugar en el pasado, que podrían suceder en el futuro o incluso imaginando sucesos que nunca ocurrirán. Y este parece ser un modo de funcionamiento habitual del cerebro. "Una mente humana es una mente que vaga, y una mente que vaga es una mente infeliz", aseguran Matthew A. Killingsworth and Daniel T. Gilbert. "La capacidad humana de pensar en algo que no está sucediendo en el presente es un logro cognitivo que tiene un alto coste emocional", añaden.

Para llevar a cabo su estudio, los científicos desarrollaron una aplicación para iPhone (disponible en http://www.trackyourhappiness.org/) y contactaron con más de 2000 voluntarios para conocer en cada momento donde estaban, qué hacían, en qué pensaban y el grado de felicidad que experimentaban en cada momento. De este modo consiguieron reunir una gran base de datos en tiempo real sobre los pensamientos, sentimientos y acciones de una amplia gama de personas, a las que la aplicación formulaba una serie de preguntas de forma aleatoria a lo largo del día. Los datos obtenidos revelan que, por término medio, los participantes dedicaban cerca de la mitad de su tiempo libre a dejar vagar su mente, excepto cuando practicaban sexo. Y que eran más felices haciendo ejercicio o conversando que descansando, trabajando o usando un ordenador.

jueves, 11 de abril de 2013

Trastornos Mentales, Trastorno Obsesivo - Compulsivo...



El trastorno obsesivo-compulsivo es, como otros problemas mentales, cuestión de grado. A todos nos invaden pensamientos extraños que no logramos rechazar o mostramos comportamientos compulsivos. ¿Quién no ha vuelto a casa para comprobar si se ha dejado un grifo abierto? ¿Quién no se ha puesto a ordenar algo frenéticamente? ¿Quién no ha sentido un miedo irracional incontrolable?

 Cuando no estamos a gusto nos detenemos continuamente en pensamientos destructivos o en comprobar cuestiones triviales.

Según el Ministerio de Sanidad y Consumo, los trastornos mentales constituyen la causa más frecuente de enfermedad en Europa, por delante de los problemas cardiovasculares y del cáncer. Un 15% de la población padecerá alguno a lo largo de su vida. A nivel mundial, según el informe de la OMS en 2007, 1.000 millones de personas sufren trastornos psicológicos. La importancia de la estabilidad psicológica en nuestra vida es obvia, sin embar go, muchas personas dicen lo mismo que Hugues: que no tienen tiempo para ocuparse de ello.

El número y el tipo de trastornos, así como el concepto de salud psíquica, cambian con el tiempo. Por ejemplo, el 9 de diciembre de 1973, la homosexualidad era una enfermedad mental. A partir del 10 de diciembre, la APA (American Psychiatric Association) dejó de considerarla como tal y fue eliminada del DSM, el manual de diagnóstico más usado entonces. Hoy ser gay no puede ser etiquetado científicamente como problema psicológico. El paso de una sociedad más comunitaria hacia una cultura más individualista está acabando con ciertos problemas mentales y creando otros nuevos. Por eso hemos de incorporar datos del siglo XXI, nuevos trastornos (síndrome de la falta de diagnóstico, enfermedad de Morgellons, tecnoestrés...), enfoques alternativos para problemas viejos...

¿Pero qué significa estar mal psicológicamente? En los años cuarenta, el Secretario de Defensa de EE UU empezó a decir a todo el mundo que se sentía espiado y que le seguían por la calle agentes secretos israelíes. Fue internado en un psiquiátrico y se suicidó saltando al vacío. Después se descubrió que, efectivamente, el Mossad andaba tras él -como dice Woody Allen, incluso los paranoicos tienen enemigos-, pero fue considerado un trastornado.

Este caso demuestra que la definición de trastorno mental no es sencilla. Por una parte, sabemos que los problemas mentales existen porque a veces sufrimos por los nuestros propios y otras veces por los de quienes nos rodean. Por otra parte, casos como el cita do demuestran que el diagnóstico es complicado. Gerald Caplan, psiquiatra y profesor en Harvard, recuerda que históricamente para etiquetar un problema como trastorno mental se suele usar una conjunción de factores. Primero, el sujeto afectado tiene que tener percepciones anormales o atípicas. Además, sus emociones, pensamientos o conductas deben considerarse injustificables y desproporcionadas respecto a su situación objetiva. Por último, su conducta tiene que resultar perturbadora para la sociedad.

Antes, para diagnosticar una personalidad delirante -el estereotipo es el que se cree Napoleón- se usaba el primer criterio: las percepciones anormales. Pero muchos delirios se refieren a religión, moral o fenómenos paranormales, temas en los que no es fácil usar parámetros objetivos, por eso los profesionales de la salud mental buscan otros factores que ayuden a decidir cuándo están ante una idea delirante. Por ejemplo, la incorregibilidad: los delirantes son especialmente rígidos en su idea; cualquiera que sea la evidencia en contra, el delirio permanece firme. El problema es que hay seres humanos que persisten en ideas y conductas irracionales u objetivamente peligrosas para la salud -fumar, drogarse-, pero no por eso pueden ser llamados delirantes.

Otra característica de los delirantes es la tendencia a la preocupación: están continuamente rumiando sus delirios. Pero este rasgo no sirve para todos los casos. Algunos estudios sugieren que sólo sirve para adjetivar a los delirantes que acaban siendo internados en hospitales psiquiátricos. Los individuos con delirios aceptados socialmente no están allí: los encontramos en partidos políticos, religiones, empresas... Este rasgo no define un trastorno a no ser que vaya acompañado de los otros dos.

El segundo criterio, la desproporción de la reacción, es también difícil de atrapar. ¿Cuándo es desmedida una reacción? Aunque las emociones son parecidas en todos los seres humanos, cada cultura nos dicta cómo debemos manifestarlas, con qué intensidad, ante cuánta gente... En determinadas sociedades, una expresión melodramática de emociones se considera falsa o egoísta y las personas que muestran sus sentimientos de forma contundente son vistas como perturbadas. En cambio en otras culturas las emociones tienen que expresarse con fuerza para que los demás las vean; el silencio se percibe como algo extraño e insano. Por eso sería injusto clasificar como trastornada a una persona sólo por la forma de manifestarse.

Y eso nos lleva al tercer criterio: que el comportamiento resulte inadaptado. Algunos autores hablan de falta de normatividad. El hombre normativo es capaz de usar nuevas normas en función de sus requerimientos externos e internos. La persona que no sabe adaptarse, que está limitada por criterios rígidos, tiene problemas. Pero ese baremo también es discutible: ¿la sumisión a las reglas socia les indica salud mental? ¿Están más trastornados los rebeldes que los conformistas?

 Por todo esto, hoy usamos otro criterio: el sufrimiento. Si alguien se siente mal y reúne alguno de los rasgos citados -percepciones extrañas, reacciones desproporcionadas o falta de adaptación al medio- tiene un problema de salud mental. En eso se basará esta serie, que no irá enfocada como un catálogo de diagnós ticos de enfermedades. En el siglo XXI, se mira más a la prevención y al fortalecimiento de las estrategias de afronta miento de las personas, un enfoque positivo que busca aumentar la salud en vez de aminorar la enfermedad. Tratará de conceptos como la resiliencia -capacidad de sobrepo nerse a tragedias o periodos de dolor emocional- y nos alejaremos del estigma que sufren los tratornos psicológicos para centrarnos en su buena canalización.

martes, 9 de abril de 2013

Nuevas formas de explicar el parkinson



El próximo 11 de abril se celebra el Día Mundial del Parkinson, una enfermedad crónica y neurodegenerativa que afecta a unos cuatro millones de personas en el mundo. Explicar la enfermedad es especialmente importante en el caso de los niños, a quien se dirige un nuevo libro titulado ¿Quién es Parky? y editado por la biofarmacéutica UCB Pharma.

El libro trata de explicar a los más pequeños a través de un niño llamado Colt y su inseparable peluche, Parky, los extraños síntomas que sufren algunos de sus familiares, como el caso de su madre, recién diagnosticada de parkinson. El peluche poco a poco conseguirá explicar al niño por qué su madre siempre parece enfadada, por qué no puede hacer ciertas actividades comunes (como peinarse, atarse los cordones, o escribir) y sobre todo, qué puede hacer él para ayudar.

Según datos de la Federación Española de Parkinson, esta patología neurodegenerativa y crónica afecta en la actualidad a unos cuatro millones de personas en todo el mundo. Normalmente está asociada a mayores de 70 años, sin embargo también se puede dar a edades más tempranas.

Por el momento, sólo existen tratamientos sintomatológicos contra la enfermedad, cuyas causas todavía son objeto de estudio por parte de la comunidad científica.
Autora de ¿Quién es Parky?

¿Quién es Parky? ha sido escrito por Kay Mixson Jenkins, quien desarrolló la enfermedad de parkinson a los 34 años y que, a día de hoy, es coordinadora en Georgia (Estados Unidos) de la "Red de Acción contra el Parkinson". Además es la fundadora de la iniciativa "Parkinson's in the Park" y la representante de pacientes jóvenes con parkinson de South Georgia.

martes, 2 de abril de 2013

Preocuparse "demasiado" es señal de inteligencia




Un estudio neurocientífico del Centro Médico Downstate de la Universidad Estatal de Nueva York (EE UU) revela que la inteligencia y la preocupación están relacionadas con la escasez de colina en la sustancia blanca subcortical del cerebro. Los investigadores concluyen que ambos rasgos coevolucionaron en los seres humanos.

Preocuparse demasiado suele ser considerado un aspecto negativo de la personalidad, mientras que la inteligencia es una cualidad que se valora positivamente. Pero lo cierto es que la preocupación ?puede hacer a nuestra especie evitar situaciones peligrosas, por muy remotas que parezcan?, subraya Jeremy Coplan, coautor del trabajo. Y al no asumir riesgos, las personas preocupadas tienen más probabilidades de sobrevivir. "Por lo tanto, como la inteligencia, la preocupación nos aporta un beneficio", añade Coplan.

En el estudio se midió el cociente intelectual (CI) de pacientes con trastorno generalizado de la ansiedad y se comparó con el de voluntarios sanos. En quienes sufrían ansiedad, el alto cociente intelectual aparecía asociado a mayor nivel de preocupación. En los sujetos sanos, esto no sucedía.

 Los autores también comprobaron que tanto la preocupación como la inteligencia están caracterizadas por una falta de colina y otros compuestos relacionados en el cerebro. La colina es uno de los componentes más abundantes que contienen los tejidos cerebrales en el ser humano, y su presencia resulta fundamental para la mielinización de los tejidos nerviosos.